martes, febrero 09, 2010

Mis Abuelos en México




Mis abuelos vinieron a visitarnos a México en el verano del año 1982. Recuerdo que llegaron con sus rostros iluminados y sonrientes. Mi madre también estaba luminosa, radiante. La felicidad llego a raudales a nuestro departamento de Copilco 300, un condominio de la zona sur del D.F., frente a la U.N.A.M. en pleno barrio universitario, en donde vivían preferentemente refugiados políticos sudamericanos como nosotros. Copilco era una colonia nueva en ese entonces, recién urbanizada con edificios y calles nuevas, y muchas obras de construcción que se iban plantando sobre los pedregales de lava volcánica y manchones verdes de frondosa vegetación semitropical.

Viajar a México para mis abuelos era un sueño hecho realidad, un sueño que compartían con mi madre que escogió a esta tierra para asilarse y buscar rearmar su vida deshecha después del golpe de estado en Chile. Mi madre y mis abuelos compartían ese imaginario de un México de charros, mariachis y canciones rancheras, el imaginario de las películas mexicanas de los años cuarentas y cincuentas, de Jorge Negrete, Pedro Infante, María Félix, Dolores del Río y tantos otros ídolos que aun resuenan en el campo chileno.

De bienvenida a mis abuelos, el barrio universitario les brindó un energético temporal con truenos, relámpagos y granizos. Mis abuelos venían a conocer a su nieto mexicano, que recién cumplía dos años - mi hermano Jaimito - que era un bebe exquisito; y su padre Jaime, el antropólogo mexicano estaba contento y radiante con su primogénito; Jaime todavía vivía con nosotros, y la relación con mi madre pasaba por un buen momento; sin duda, ese año era un año muy bueno, una año feliz y todo se estaba dando bien.

Nosotros estábamos de vacaciones, y salimos a recorre la ciudad con nuestros flamantes abuelos, ambos saludables, radiantes, esbeltos, cariñosos, una pareja muy linda, que llamaba la atención de todo el vecindario. Parecían actores de cine, muy elegantes, Mi abuela de pañuelo de seda al cuello, ambos de sobreros y gafas para el sol.

Recien llegados a México a mis abuelos no les costó nada hacerse de amigos en el vecindario; les gustaba salir de compras y conversar con todo el mundo, con el señor que vendía paletas, el barbas, con la señora que vendía tortillas en la calle, ellos tenían el don de la conversación amable y cortes, y así se hicieron amigos del Señor Lemus, el dueño de la Farmacia, a donde acudía mi abuela a comprar sus remedios. Mi abuela andaba comparando los remedios disponibles en Chile con los disponibles en México, y traía la cartera llena de pastillas Valium que traía de Chile, y se las enseño al señor Lemus diciendo, - tiene de estas pastillas - y el le dijó: - “Señora con eso que usted trae ahí puede hacer volar a la mitad de México” - y se largaron a reír; en tanto, mi abuelo se hizo muy amigo de un señor dueño de una taquería chiquitita “Carnitas Michoacanas”; este señor tendría la misma edad que mi abuelo, y conversaban sobre cine mexicano, política y deportes, a este señor le gustaba mucho el box, y conversaban, y reían , y un día mi tata Alejandro dijo voy y vuelvo y se arrancó con este señor a parrandear por allí, sin decirle a nadie, solo se que llegó tarde, y que la Abuela estaba muy preocupada, pero no se enojó cuando llegó, solo le tiraba tallas y mi abuelo se reía sin decir nada sobre su arranque; estaban los dos contentos disfrutando del viaje, con su gringa (mi madre) y nosotros sus nietos.

Luego Jaime invitó a mis abuelos a comer al restaurante el Arroyo, fuimos todos y lo pasamos genial, era un lugar muy entretenido estaba en las afueras de la ciudad y tenía un estilo charro, con mariachis y con una mini plaza de toros. Mi madre guarda aun las fotos de esa mesa larga, bien servida, con sus tequilas, aguas frescas y donde estamos todos sonrientes. Recuerdo que también fueron a las ruinas de Teotihuacán, fueron todos menos yo, por que me había peleado con mi madre ( no se por que, no me acuerdo, no tenía mucha importancia) el asunto es que no fuí con ellos, y yo quería ir, mi madre todavía conserva unas fotos geniales de mis abuelos en las piramides.

Después nos fuimos todos juntos a un viaje maravilloso a Acapulco, y después fuimos a San Miguel de Allende; recuerdo que en el camino, de noche, nos agarró una tormenta tropical, con mucha lluvia, mi abuela iba muy nerviosa en el auto, por que el camino estaba lleno de curvas y había muy poca visibilidad, entonces le gritaba a Jaime, - ¡¡¡ cuidado; curva peligrosisima !!! - por que había visto un letrero de precaución por una curva cerrada; Jaime y mi madre se rieron, luego todos nos reímos; pero después se vino una granizada tremenda, caían como pedradas y yo creía que se iban a romper los vidrios del auto – un Pacer de los setentas que parecía nave espacial con unos vidrios curvos inmensos – un auto que yo consideraba muy inseguro, sobretodo por que yo iba atrás en el porta maletas justo debajo de un cristal inmenso donde rebotaban los granizos gigantes, y estaba aterrado, y me tire sobre mi abuela que agarraba un rosario y se ponía a rezar. Jaime al volante con los nervios templados bajo la velocidad sin detenerse, para que no nos chocaran por atrás, no había nada de visibilidad y había que adivinar para no salirse del camino. La tormenta pasó, y luego todo se convirtió solo en una aventura del viaje.

Mis abuelos fueron invitados a casa de los abuelitos mexicanos, los papas de Jaime. Ese fué un gran acontecimiento, se llevaron de maravillas y congeniaron muy bien, fue una larga tarde de domingo hasta avanzada la noche. Reímos todos juntos, lo recuerdo como un momento muy feliz.

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